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miércoles, 2 de diciembre de 2009

Ensayo sobre el amor Pt. 4

Primero fue el verbo, luego el vacío.
Se van acumulando palabras como remaches en una maquinaria ya inservible. Se pueden hacer palabras como pasteles,  como granos de arroz en una taza, como lágrimas en un discurso, como notas de un blues amargo; se pueden acumular palabras en el fondo de ahorro, en la taza del baño, entre dos que se han mirado un par de horas sin decirse nada, y luego ríen, y lloran, y nada.

Yo podría cortarte las manos y echarlas a volar como palomas sin cabeza, atravesar pantanos por tus labios, inventar demonio que castiguen en tu nombre y paredes para derrumbarlas por tu camino; por ti recitaría la Biblia de memoria en tu memoria o me quedaría mudo hasta tu muerte; incluso por ti podría ser mujer de bien y del mal, mujer de palabra y de silencios, recta, paralela al infinito, o estrictamente combada, o dejaría de ser mujer con total inverecundia.

¡Pero qué fácil resulta ofrecerle tanta materia imaginaria! Tanta cosa que no aceptan ni de empeño en las cantinas, que no hay forma  de pasarle un brochazo de pintura o taparle una grieta de años, que no se sabe si llevarlo puesto o en el bolsillo, si tiene aguijón o es dromedario, ¡Qué fácil el amor en la poesía! la imaginación desvergonzada, todo ese discurso de lo etéreo calculando el peso de un suspiro, toda esa parafernalia, esa camorra. Todo lo demás, todo lo de menos. Como un irse desinflando lentamente, como un globo… un estúpido globo.

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